Paremos un momento, me gustaría que entre toda la vorágine de actividades, movilizaciones, discursos,... nos paráramos a pensarlo un momento: somos un grupo de personas que quiere, nada más y nada menos, que regenerar la democracia. En el fondo somos gente sencilla, nos conformamos con poco. Yo me conformaría con que la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley estuvieran en la base de la acción política.
Lo sé, lo sé; los heraldos del miedo nos pintan un panorama catastrófico. Pensad: uno de cada cinco de nosotros estará en paro de continuar la crisis, nuestros hijos no pueden estudiar en su lengua materna,... un panorama tan malo que parece que lo único que resta es rendirse, resignarse y renunciar a la lucha. Una situación tan extrema que, en el túnel, sólo ven la oscuridad, y no la luz de su final. Es cierto, ¡ojalá no nos hubiera tocado vivir estos desafíos! Pero es que no elegimos el tiempo que nos ha tocado vivir, sólo podemos decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado.
Por esto, yo no comparto esa solución, esa caída de brazos. Me llena de esperanza ver hoy aquí a tantos cientos de ciudadanos que han decidido emplear su tiempo en la lucha contra el caciquismo de las oposiciones amañadas, en denunciar las corruptelas de las obras públicas adjudicadas a dedo,... en dar el callo por cambiar la política y cimentarla sobre nuevas bases. Me vais a perdonar, no quiero parecer un optimista, nunca lo he sido, sólo soy un pesimista bien informado.
Lo que pedimos no es imposible y por eso nos temen: no es imposible que los ciudadanos puedan elegir en qué lengua expresarse; no es imposible acabar con el despilfarro de viajes, mojitos y romerías oficiales; no es imposible que la malversación pública de la Ciudad de la Cultura, por ejemplo, se transforme en inversiones racionales en sanidad o educación. No es imposible y por eso nos atacan. Atacan a la justicia, pretenden abatirla y no lo consiguen.
Respondemos a una demanda social imparable, y lo saben: cada vez más gente se acerca al partido preguntando cómo colaborar, cómo transformar sus ansias de cambio en trabajo efectivo, cómo poner su grano de arena en esta lucha singular. Esta demanda puede parecer mayor que nuestras fuerzas, pero estoy convencido de que éstas serán suficientes para afrontar el reto con éxito. La fuerza de nuestros principios, unida al profundo descontento con el bigobierno y la oposición inane, está cristalizando ya en la búsqueda y defensa firme de una regeneración democrática.
No nos preocupen encuestas y sondeos, no nos preocupen analistas y tertulianos, lo único ante lo que debemos responder ahora es ante los miles de ciudadanos que han depositado en nosotros sus esperanzas de alternativa real. Es a ellos a quienes nos dirigimos, es a ellos a quienes les vamos a pedir su apoyo. Nosotros no tendremos grandes medios, grandes pancartas, grandes cuñas publicitarias. No, nosotros tenemos algo mucho más poderoso y eficaz que todo eso: tenemos nuestra voz y nuestros principios; esas verdades que son evidentes a la razón, que han propiciado el fin de los absolutismos y dictaduras, que han truncado a los caciques parapetados en sus Diputaciones, Baltares y Cacharros, y han acallado a sus serviles lacayos, Albertos, Emilios o Anxos; esas verdades, digo, que han supuesto también el precio de la vida de tantos: hablo de la Libertad y la Igualdad. Esto es lo que ofrecemos a la sociedad y esto es también lo que la sociedad nos demanda. No necesitamos más: si conseguimos hacer llegar nuestra voz, cara a cara, a esos cientos de miles de ciudadanos que en Galicia, y en el País Vasco, están deseando votarnos, lo conseguiremos.
A pesar de esto, muchos se preguntan todavía por qué votarnos en la actual situación: el panorama es tan negro que, una vez más (dicen), hay que elegir el mal menor, hay que taparse la nariz y centrarse en el voto útil: ¿cómo coger y prestar el voto a una formación nacida ayer, sin posibilidades de gobernar? Tenemos que tenerlo claro, tenemos que devolverles la pregunta: ¿Hay algo más útil que votar a gusto? ¿Hay algo que sea más satisfactorio que rendir cuentas a tu conciencia y votar convencido? Yo creo que no, que no lo hay.
Es cierto, nuestra pelea no es por entrar en un gobierno, no ahora. Nuestra lucha no es por ser el partido mayoritario, no todavía. Nuestras ansias, nuestras esperanzas están puestas en nuestra voz. Nada más y nada menos. Creemos que la fuerza de la razón es de tal magnitud que ella sola es capaz de abrir puertas, derribar muros y hacerse presente en medio del debate político. Nosotros queremos ser esa voz de la razón, no una voz que clama en el desierto, sino una voz que se alza alta y clara en medio del ágora pública.
Pero dirán: ¿qué puede hacer una sola voz, sólo una entre un coro de adversarios embravecidos? Todo, puede hacerlo todo. Puede modificar la agenda política de los partidos tradicionales, marcar el rumbo del debate público, puede cambiar la percepción que la sociedad tiene de la política y la realidad misma de esa política... puede ser, en definitiva, ese gramo de levadura que hace fermentar la masa entera. Sabéis, sé que lo sabéis, que no estoy hablando de la teoría o en abstracto; sabéis, sé que lo sabéis, que esto ya está sucediendo; pensad en la propuesta contra ANV, o por la Libertad Lingüística; sabéis, sé que lo sabéis, que ya hemos roto esa barrera del silencio. Con nosotros está hoy la prueba de que esto es así, de que la esperanza de cambio es posible, es más, que es probable, aquí está hoy esa voz que ya no está sola: nuestra portavoz nacional y diputada en el Congreso, Rosa Díez.